Recordando a Sita

La vi por primera vez en agosto de 1954 en los Picos de Europa. Al pie del Naranjo de Bulnes se conmemoraba el medio siglo de la primera ascensión a aquella gran montaña. Habían llegado allí montañeros de Madrid, Aragoneses, de Barcelona, asturianos, andaluces, vascos y hasta extranjeros. Sita llegó con un nutrido grupo de paisanos suyos, cántabros todos, después de hacer un recorrido muy duro.

El 5 de agosto, día del cincuentenario, eran muchos los que deseaban subir al Naranjo, y por ello algunos escaladores nos habíamos preparado para ayudar a todos los que quisieran hacer la escalada, fueran o no expertos; colocamos cuerdas fijas y más clavijas de la cuenta, y estábamos dispuestos también a dar algún “tironcito de cuerda” a quien le hiciera falta.

Pero el día no salió nada bueno y empezó a llover. A mi me había tocado subir a cuestas durante un buen trecho la imagen de la Santina, la Virgen de Covadonga, esculpida en tierra y destinada a quedar entronizada para siempre en la cumbre del “Picu”. A pesar del mal tiempo nadie desistió y yo, situado al inicio de la escalada vi las cordadas que iban pasando hacia arriba. Entre ellos saludé a un grupo de cántabros formado por mi amigo Amorrortu, profesor de esquí y escalador de Santander que iba con dos militares, un sobrino del Marqués de Villaviciosa y una muchacha muy calladita que era precisamente Sita Gallejones.

Durante mucho rato estuve al inicio de la escalada, amparándome como pude de la lluvia, vigilando que todos empezaran bien y protegiendo a la vez a “la Santina”. Siguió lloviendo y al cabo de un par de horas vi bajar a las primeras cordadas del pico.

¡Como se habrán puesto éstos! – comenté con los que estaban conmigo.

Efectivamente, llegaban todos completamente empapados, el agua les chorreaba por todas partes, y contaban que al hacer los rappeles, el agua que bajaba por las cuerdas del rappel se les colaba por la manga para salir por la parte baja del pantalón y hasta chapotear dentro de las botas. Pero todo eran loas, especialmente para aquella muchachita que acababa de hacer el Naranjo.

¡¡Hola Sita!! ¡¡Felicidades por tu Naranjo!! ¡Y como te has mojado! ¿Que tal te ha ido? ¡Qué bien en el Naranjo, a pesar de la lluvia! – le decían.

¡Bien, bien! – contestaba Sita sin casi abrir la boca, como para evitar que le entrara más agua en el cuerpo. – Si, sí, bien gracias… pero ha llovido mucho… gracias, gracias, estoy muy contenta.

Y todos la saludaban y la felicitaban por su naranjo. ¿Yo también la felicité? No lo recuerdo bien, posiblemente le daría un “¡Hola!” menos efusivo que los demás. En aquella época yo conocía muchas muchachas que escalaban y que subían y bajaban montañas, con lluvia y sin ella. Puede que yo no considerara la escalada de aquel día tan importante como para tantas felicitaciones.

Pero parece que ella se dio cuenta de mi escasa efusividad, y por lo visto –me lo dio a entender tiempo más tarde- callar por lo que pudiera ser una afrenta por mi parte. Después de la mojadura la perdí de vista. Se secaría y volvería a Santander. Pero unos meses más tarde la volví a ver, esta vez en Madrid. Me dijo que su familia se había trasladado a la Capital y que ahora iría bastante por el Club Peñalara, donde ya tenía algunos amigos. No observé entonces ninguna expresión de rechazo por mi parco entusiasmo, y no se si persistía en ella el deseo de olvidarse. Pero no puse inconveniente alguno cuando surgió la oportunidad de empezar a salir a las montañas conmigo. Y fuimos una, y otra, y otras veces de excursión. Y luego de escalada, cada vez haciendo recorridos más largos y ascensiones más difíciles. También es verdad que la traté bien y procuré que no se mojara otras veces, y que no se activara ningún rencor. De la Sierra del Guadarrama y de la Pedriza pasamos a Gredos: allí hicimos los Tres Hermanitos, el Torreón de los Galayos y el Gran Galayo, y más tarde fuimos a los Pirineos: recorrimos las Crestas del Diablo y Costerillou, las Tres Puntas del Midi D’Ossau y el Vignemal, por ninguna vía fácil. Y el Monte Perdido por la cara Norte, y el Aneto por la cara Sur,donde abrimos una vía conocida hoy como “Coloir Sita”. Y después a la Meige, en los Alpes, y el Cervino, el Mont Blanc y el Monte Rosa… Tuvimos días buenos y días malos, y alguna montaña nos hizo retroceder, pero nos gustaban por igual las montañas: las altas, las bajas, las difíciles y las más sencillas. Nunca me habló ya de su mojadura y de su posible enfado en el Naranjo. Y dijo “Si, quiero” un día de agosto de 1958 cuando nos casó un monje Benedictino del Monasterio de El Paular en la Sierra de Madrid.

Y como yo tenía ya entonces la intención de ir a vivir ael Pirineo, ella estaba de acuerdo, y no cejamos hasta que en noviembre de 1986 inauguramos nuestra nueva etapa en los Pirineos de Jaca, en aquella bonita casa de Villanúa que todavía hoy la conocen como “Faus Hütte”. Ya teníamos dos hijas y enseguida hicimos muchos amigos en la Jacetania. Y éramos felices. Y no hemos perdido el contacto con Jaca a pesar de que nuestra juventud fue pasando y nuestra jubilación y las ocupaciones de nuestras hijas, más allá de Jaca, nos han vuelto a alejar de esta bonita ciudad.

Para el día 1 de agosto de 2008 teníamos planeado celebrar nuestras Bodas de Oro, pero el Cielo no lo ha permitido, Sita ya no llegará a esta fecha porque el día 10 de enero nos ha dejado solos, a mis hijas, nieta y a mi. Su salud ya había dado algún aviso, pero ella ponía el cuerpo fuerte, con valentía. Hasta que le falló su corazón y se quedó quietecita ante el espanto de Ana y de Hellen.

Ahora hemos entregado sus cenizas al Mar Cantábrico, en el Cabo Mayor de Santander, como siempre quiso. Y allí seguirá viviendo su recuerdo: en un mar que nunca está plácido, no lejos de las montañas, tampoco plácidas, donde la vi por primera vez, un día histórico, en el cual se conmemoraba un acontecimiento también histórico de la Montaña.

Agustin Faus.

Faus en el Canalon Sita, en el Aneto Sur
Esta imagen es en el Aneto, en la vía que se llama Canalón Sita, dado su nombre por Faus en honor a Sita, su mujer.